Por MSc. Bryan Limón Barrón, asesor técnico nutricional y especialista en patología.
El parvovirus canino es un virus de ADN monocatenario con una cápside icosaédrica y sin envoltura, lo que le confiere una notable resistencia a condiciones ambientales adversas. Esta característica permite que el virus sobreviva en el entorno durante períodos prolongados, siendo un desafío significativo para su control.
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Mecanismos de transmisión
La principal vía de transmisión del parvovirus es el contacto directo con heces infectadas. Los perros pueden adquirir el virus al olfatear o lamer superficies contaminadas, como suelos, jaulas o utensilios de uso común. Además, el virus puede adherirse al pelaje y las patas de los perros, facilitando así su propagación indirecta.
Patogénesis: del ingreso al daño celular
Una vez que el virus ingresa al organismo, se dirige al intestino delgado, donde infecta las células epiteliales que recubren la mucosa intestinal. El ciclo de replicación del parvovirus es de tipo lítico, utilizando las células huésped para producir nuevas partículas virales. Este proceso culmina con la destrucción de las células infectadas.
La infección provoca una inflamación significativa y compromete la integridad de la mucosa intestinal. Como resultado:
- Diarrea severa, frecuentemente hemorrágica, debido a la pérdida de tejido y daño vascular.
- Interrupción en la absorción de nutrientes, que agrava el estado nutricional del paciente.
- Vómitos, ocasionados por la irritación y daño a las células gastrointestinales.
Efectos sistémicos: impacto en la médula ósea
El parvovirus también muestra afinidad por las células de la médula ósea, particularmente aquellas responsables de la producción de glóbulos blancos. Esto puede derivar en una leucopenia severa, disminuyendo la capacidad inmunitaria del perro y aumentando su susceptibilidad a infecciones